Cuando se dice que la naturaleza es sabia, nos referimos entre otras cosas, a la unión que existe entre madre e hijo. El instinto protector de una madre nace en el momento en el que sabe que su hijo crece en su vientre y este sentimiento dura a lo largo de los nueve meses de gestación. Una madre, aunque aún no haya visto a su hijo, ya siente que es el tesoro más preciado del mundo.
Ya sea dentro del seno de una familia convencional o en la situación en la que las madres debieron criar solas a sus hijos, los lazos que se crean entre unos y otros son indestructibles.
Una madre siempre estará allí. Muchas debieron enfrentar adversidades, pero salieron fortalecidas. Otras tuvieron que rehacer sus vidas, empezar de cero y hacer sacrificios inmensos para poder darles a sus hijos lo mejor. Ellas estuvieron dispuestas y tuvieron el valor de aprender lo que era ser madre.
Siempre escuchamos decir que el respeto se gana, que el amor se merece… Pero no es ese el caso en las madres. El amor de una madre está allí siempre. Nunca desaparece. Nunca disminuye.
Las madres transmiten seguridad. No importa lo que los hijos hagan o no hagan, no importa los errores que hayan cometido o los éxitos que hayan cosechado, una madre siempre apoyará y protegerá a sus hijos. Encontramos en cada una de ellas una amiga, una consejera, una mano que ayuda y alguien capaz de amar a sus hijos más que a sí misma. ¿Cuántas veces hemos escuchado historias de madres que han dado la vida por sus hijos?
Las madres siempre brindarán un consejo o una ayuda de manera desinteresada. Ellas no esperan reconocimiento ni que se les agradezca su labor. Por supuesto que nosotros debemos reconocer lo valiosas que son y agradecer que nos apoyen de manera incondicional. Valorar que estén a nuestro lado en las buenas y en las malas.
Una madre nunca ama demasiado.
Estas relaciones fuertes y a veces excesivas, a las mamás nos llenan de dudas. A veces creemos que “se nos va la mano” porque pensamos que los mimamos demasiado y pensamos que estamos haciendo niños demasiado sensibles, débiles o incluso manipulables.
Estas creencias son absurdas. Las madres nunca deben limitar el amor por sus hijos, ni impedirse ser tiernas y amorosas, sobre todo durante los primeros años. No está prohibido dejar pasar alguna travesura o ser un poco permisivas, ¡pero sin exagerar, claro está! Es importante marcar los límites y demostrar autoridad.
Una madre buena, que brinda seguridad sin ser agobiante, les dará a sus hijos estabilidad y confianza que es justo lo que necesitan.
Alguna vez alguien me dijo: “vas a saber realmente lo que es amar, el día que seas madre.” Y no se equivocó. Porque una vez que las mujeres tenemos en nuestro vientre una parte de nosotras, inmediatamente sentimos un amor indescriptible y entendemos en ese instante que nunca vamos a poder amar a nadie de la misma manera y con la misma intensidad.
La historia de Aitana es una prueba del alcance del amor de una madre, pero también de lo luchadoras y aguerridas que pueden ser.
“Cuando tenía cinco años, a Aitana le diagnosticaron una falla hepática fulminante. Esto ponía en riesgo su vida y necesitaba un trasplante hepático con urgencia. No lo dudé ni un segundo. Yo quise donar parte de mi hígado para salvarla. Ahora mi hija corre y juega como cualquier niña de su edad.”
Este es el relato de Cecilia, la mamá de Aitana que tuvo la oportunidad de vivir gracias a que su madre le dio la vida por segunda vez.
Madres, madres del corazón, madres adoptivas… Cada una de nosotras siente a sus hijos en cada fibra de su ser. Cuando debemos afrontar una dificultad, cuando pasamos la noche en vela porque están enfermos, cuando nuestro hijo sufre o vive una decepción; sentimos un dolor como jamás lo imaginamos, pero inmediatamente aflora nuestro instinto protector y nos hacemos presentes para ayudarlos y apoyarlos, porque nuestro amor es inmenso, incondicional y para siempre.
¿Y tú qué crees? ¿Qué tan intenso es el amor de una madre?