Yo no sé si alguno de ustedes lo recuerda o incluso lo vivió, pero cuando yo era chica, las personas que caminaban por la calle de noche, saludaban con un “buenas noches” a todo aquel con quien se cruzaran, aunque fueran desconocidos. Es una pena que estas buenas costumbres se hayan perdido.
Nunca dejo de lamentarlo.
Pero el buen hábito de saludar, casi se va perdiendo incluso como actitud de cortesía y de buena educación en casi todos los ámbitos: entrar a un comercio y saludar, llegar a la consulta del médico y saludar, llegar al trabajo y saludar…
Es realmente triste, porque sabemos que las buenas maneras son la base para una relación armoniosa. Ser bien educado y empáticos nos abre un mundo de oportunidades y es importante mantener estas costumbres con nuestros hijos.
El escritor francés Montaigne, decía que “La buena educación cuesta poco, pero puede comprar todo.” Y la historia que te vamos a contar hoy, demuestra que esto es cierto al punto de que la buena educación, pudo “comprar” la vida de una persona.
Conozcamos esta sorprendente historia.
“Un hombre que trabajaba en un frigorífico empacando carne, realizaba su habitual inspección de rutina cuando ya terminaba su tarea al final del día, cuando de pronto, por accidente, la puerta del congelador se cerró sin que él lo advirtiera.
Después de varios intentos por abrirla y de pedir ayuda sin obtener respuesta empezó a pensar que nunca saldría de ahí a tiempo. Nadie lo escucharía ya a esa hora, porque él solía ser el último en retirarse y hasta el día siguiente, el frío lo mataría.
Pasaron varias horas y el hombre se iba quedando sin fuerzas y sin esperanzas. Pálido, helado y triste, pensaba en ese cruel giro del destino sin poder hacer nada para salvarse.
Pero cuando ya creía que su hora había llegado, de pronto vio cómo la puerta se abría y aparecía el guardia de seguridad que vino en su ayuda, rescatándolo.
La sorpresa fue enorme y el hombre no tenía palabras para agradecerle a su ángel de la guarda.
Cuando la emoción le permitió hablar, quiso saber por qué había abierto la puerta del congelador, ya que este no era precisamente su trabajo y el guardia de seguridad explicó:
Trabajo en esta empresa desde hace más de 35 años y conozco a todos los trabajadores. A todos los veo cuando llegan y cuando se van. A veces saludan y a veces, no. Este hombre es el único que siempre me saluda cuando llega y también es el único que siempre se despide con un “hasta mañana”.
Hoy me llamó la atención que no se despidiera de mí y decidí buscarlo para saber qué había pasado. Por eso lo encontré.”
¿No es increíble que la buena educación de este hombre le salvara la vida? Palabras tan simples como “buenos días”, “por favor”, “gracias”, “hasta luego”, nos hacen ver diferentes a los ojos de otros.
Todo empieza mejor con un gesto de buena educación y más si está acompañado de una sonrisa.
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